Charlas

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admin 05/11/2022
Updated 2022/11/05 at 6:21 PM

Miguel Ángel Vargas Q.
*** Se ha ido
Podríamos utilizar millones de renglones y párrafos para platicar entre cientos de duranguenses las experiencias que vivimos con nuestro querido amigo Jorge “El Wastle” Contreras Casas, juarista apasionado, quien se nos adelantó en el viaje sin retorno hace apenas unas cuantas horas.
Habiendo heredado el apodo de su hermano, el Dr. Rodolfo Contreras Casas, fue Jorge quien hizo popular y hasta famoso lo que se convirtió con el tiempo en un Nombre “El Wastle”.
Todos los que lo conocimos tenemos una visión diferente sobre nuestra relación amistosa. A mí me tocó en suerte la de estudiante y revolucionario juvenil.
Viví cientos de anécdotas y momentos especiales, algunos muy divertidos y oros muy difíciles.
Para mi fortuna su muerte no me agarró descuidado, pero sí de sorpresa.
Lo saludé por última vez durante el homenaje luctuoso al licenciado José Ramírez Gamero, de los pocos amigos del Wastle que lograban hacerlo enojar hasta el llanto.
Lo conocí, como miles, en la calle caminando y haciendo volar su moneda de 20 centavos de cobre.
Formaba parte de la casta de intelectuales jóvenes universitarios. Muy preparado y un maestro de la oratoria.
Curiosamente su pasión siempre fue la promoción del deporte y en especial el beis y el softbol, aunque siempre apoyó a “Los Halcones” de la UJED como asistente de Fidel “El Güero” Pacheco Hernández.
Durante varios años, en los tiempos de exámenes en la entonces Escuela de Derecho de la UJED (hoy FADERyCIPOL), diarios, incluyendo domingos y días festivos, nos encerrábamos desde las 20:00 horas hasta las primeras horas del día siguiente en casa de mi mamá Ticho a “estudiar”. Ahí también Miguel Palacios Moncayo, Edwiges Fragoso Saucedo, Efrén Betancourt Reyes, Miguel Angel Díaz Hurtado y Jorge Contreras Casas.
Fueron años de mucho aprendizaje académico, político y social.
También de muchas desveladas que aguantamos gracias no solo al Nescafé sino a unas pastillas que conseguíamos en la vieja y hermosa Farmacia-Café Benavides frente a la Catedral Basílica Menor.
Eran los tiempos del gobernador Alejandro Páez Urquidi con don Jesús Estrada Chávez como secretario general de Gobierno, Santiago Lavín de Tesorero; Roque Chavarría, procurador general de justicia; Adalberto Palma Chacón, coordinador de Seguridad Pública en el Estado
Circulaba por oficinas públicas, cafés, en instituciones académicas de estudios superiores, Reportaje Confidencial, escrito, editado e impreso por el gran periodista duranguense, Antonio Norman Fuentes. Era imperdible su lectura. Y los pocos miles que imprimía se agotaban en un par de hora y había que buscar quien la pasaba para leerla.
Duro le pegaba al gobierno paezurquidista pero sobretodo al titular de la Secretaría General de Gobierno a quien le dolió mucho el tema del Legado de Raymond Bell y la complicidad del entonces Banco Nacional de México, propiedad de la familia Legorreta.
La hojita, Reportaje Confidencial, única parte en donde por meses se podía leer de este tema, que luego sería tomado también por El Sol de Durango y La Voz de Durango, causó tanta molestia en el gobernador Páez Urquidi que pidió al inquieto joven estudiante y político universitario, dirigente de la FEU, Luis Angel Tejada Espino, organizara una marcha que pareciera de apoyo al mandatario estatal y a su gobierno.
La presión social, originada por Reportaje Confidencial y asegundada por los dos periódicos impresos de la capital, obligaron al gobierno estatal y al Banco Nacional de México a celebrar una asamblea informativa sobre el Legado de Raymond Bell, misma que se celebró en el auditorio de la Unión Ganadera Regional, en 20 de Noviembre y Cuauhtémoc, bajo el nombre de “La Danza de los Millones”, como atinadamente la llamó Toño Norman Fuentes.
Dieron cifras y más cifras, pero nunca convencieron y fue entonces que se alzaron voces como las de Pedrito Ávila Nevárez, exigiendo cuentas claras.
Fue entonces que el gobernador Páez Urquidi ordenó la marcha de “apoyo” de los universitarios que fuimos convocados, para otros fines, por el dirigente Luis Angel Tejada Espino quien nos citó en el Edificio Central de nuestra UJED. De ese emblemático sitio partió la marcha encabezada por más tarde se convirtió en el dirigente de PRI en el Estado.
Solo que cuando la punta de la marcha se encontraba sobre calle Bruno Martínez a la altura del teatro Victoria la otra parte de contingente nos dirigimos al Palacio de Gobierno para exigirle a Jesús Estrada Chávez que regresara los millones de pesos del Legado de Raymond Bell.
Justo cuando los primeros estudiantes universitarios entraron al Palacio de Gobierno, descendía el gobernador Alejandro Páez Urquidi lo que provocó un encontronazo con los revolucionarios jóvenes.
Sobre este punto hay dos versiones. Una que dice que el gobernador fue alertado de que se tomaría el palacio de gobierno, y la otra que asegura que Páez Urquidi sintiéndose triunfador, salió a esperar a los estudiantes en la plaza IV Centenario para recibir el respaldo. Me quedo con la segunda versión.
Ya “tomado” el edificio del Palacio de Gobierno, hubo dos corrientes de opinión. Una que marcaba que se debía desalojar, pero en atención a las indicaciones de Páez Urquidi vía los “líderes” oficiales; la otra, que apoyamos nosotros y se fundamentaba en que, el llamado de Tejada Espino no solo fue para universitarios sino para estudiantes de escuelas secundarias, que inmaduros subieron a la azotea del vetusto edificio, llena de cables y tragaluces que en cuanto oscureciera se convertirían en una trampa.
Lo anterior aunado a que el Ejército Nacional se disponía ya a entrar a “invitarnos” a salir del Palacio. Unos se encontraban apostados en las escaleras del teatro Victoria muy cerca de la azotea. Otros estaban estacionados en el paseo de Las Alamedas.
La puerta principal del Palacio de Gobierno estaba “controlada” por los militares y el hijo de un General de División.
En el salón que era la sala de sesiones del Congreso del Estado (en aquel tiempo eran doce legisladores); se acordó desalojar el edificio y declararse en asamblea permanente en el Edificio Central de la UJED para estudiar que medidas seguirían para presionar el regreso del Legado de Raymond Bell y otras peticiones más vinculadas con la vida universitaria.
Finalmente, se logró el desalojo por consenso y parte del estudiantado nos reunimos en la histórica aula “Laureano Roncal” desde donde observamos como llegaron los militares dispuestos a recuperar el Palacio de Gobierno.
Después de una larga sesión se elaboró un “pliego petitorio” para el gobierno de Páez Urquidi y decidimos “tomar el Edificio Central”, así como declarar una “huelga en todas las escuelas de la UJED”.
Tranquilamente nos retiramos del Edificio Central a nuestros domicilios a eso de la medianoche, cuando nuestra hermosa Plaza de Armas se podía admirar sin tanto bullicio ni puestos de vendimia.
Justo frente al bello Kiosko, caminando con calle Constitución, un grupo de agentes de Gobernación apoyado por un puñado de soldados al mando de un oficial, detienen sus vehículos frente a nosotros, un grupo como de diez estudiantes, y empuñando sus armas largas nos ordenan detenernos y alzar las manos.
Nunca he sabido si fue al azar o por consigna de los agentes de la Secretaría de Gobernación que solamente nos detuvieron al Wastle y a un servidor.
A bordo de un vehículo nos “pasean” por el parque Guadiana, entonces totalmente deshabitado; luego por varias calles de la periferia; finalmente por el centro comercial de Durango para terminar en el Cuartel Juárez ahora un mercado popular.
Ahí nos “entregaron” a un oficial que dijo ser el comandante de regimiento destacamentado en Santiago Papasquiaro.
No sé cuánto medía, pero yo lo veía como de dos metros y medio.
Ahí en las oficinas administrativas, sentado sobre un escritorio de madera y jugando con una granada de mano, lanza su primera pregunta: “¿Cómo le van a hacer para demostrar que NO traían esta granada?”
El Wastle y un servidor cruzamos miradas de miedo.
Y en seguida: “Tú, Wistle, ¿dónde conseguiste esta granada?”. Hasta el apodo le cambió.
Luego nos dejó en esas oficinas hasta que media hora después, casi a la una de mañana un teniente nos llevó a lo que sería nuestra celda: un aula para los soldados.
El miedo lo sacamos con bromas. Recordamos que al Ché Guevara también lo encerraron en un aula. Enterramos las dexedrinas que traíamos para que no nos fueran a acusar de narcotráfico. Y lo más espantoso: el soldado que nos vigilaba y que cada media hora se ponía frente a nosotros y gritaba: “Cabo de Guardia”. (CONTINUARÁ)

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