Charlas

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admin 07/11/2022
Updated 2022/11/07 at 8:33 PM

Miguel Ángel Vargas Q.
En memoria de Jorge “El Wastle” Contreras Casas
**** Se ha ido
El soldado que fue asignado para que nos vigilara aún usa el clásico pero aterrador “mauser” de cerrojo que lo hacía aún mas dramático porque al tiempo que gritaba “cortaba cartucho”, como si fuéramos reos peligrosos. Pero él, el militar, disfrutaba seguramente al ver la cara de terror que poníamos cada vez que aparecía en la puerta frente a donde estábamos “recostados” abrigados con una manta verde Ejército. Jorge llevaba, como siempre su camisa estilo maquinof (de origen ruso), de cuadros café con negro. El que esto escribe, una chamarra “aborregada” que horas antes nos habría preguntado un oficial militar: “¿Quién se las regaló, de dónde se las mandaron?”.
Era los tiempos en que el “Comunismo” estaba de moda y todo lo que olía a revolucionario era enviado de Rusia o Cuba, cuando lo único que recibíamos de la isla, eran los folletos y libros que nos regalaba don Manuel Rosas Santillán, el papá de José Luis “El Pili” Rosas, quien fuera dirigente estudiantil.
A eso de la media noche otro soldado, ya sin el máuser, nos llevó un plato de esos tripartitas de metal con algo de cena y un vaso de nieve seca con café con leche. Sobretodo éste, nos cayó de perlas pues habíamos salido de la asamblea del Edificio Central con mucha hambre y la idea era buscar algo de cenar antes de que los agentes de Gobernación (DFS), encabezados por Marianito Sánchez, nos atoraran en la Plaza de Armas.
Ahí sentados o medio recostados en piso de firme del aula del Cuartel Juárez, nos peguntábamos porque a nosotros y no a los más beligerantes que iban en ese grupo que caminábamos sobre la calle Constitución.
A la única conclusión que llegamos Jorge y un servidor, fue que de esta forma se vengó Mariano de una mala broma que le jugamos cuando le hicimos llegar la versión que en el número 111 de la calle del Trabajo de la colonia Burócrata, un grupo de jóvenes se reunía por las noches para planear un movimiento en contra del Gobierno del Estado. Eran tiempo de exámenes y por ende ahí nos reuníamos en casa de mi Mamá Beatriz, el grupo de Díaz Hurtado, Palacios Moncayo, Fragoso Saucedo, Betancourt Reyes, El Wastle Contreras Casas y un servidor.
La estatura del agente de la Secretaría de Gobernación, le obligó a hacer un esfuerzo extraordinario para poder llegar hasta la ventana para observar y escuchar lo que ahí se “tramaba” pero al momento de saltar la verja ubicada entre la banqueta y el pequeño jardín, el cumplido Marianito cayó de golpe y porrazo lo que provocó que en bola saliéramos para saber que pasaba en la calle.
Menuda sorpresa nos llevamos y se llevó Mariano, cuando se dio cuenta que el grupo de supuestos “guerrilleros” no éramos sino un grupo de estudio que nos preparábamos para presentar exámenes de fin de año (aún no se inventaban los semestres, mucho menos los cuatrimestres).
Creo que jamás olvidó ese mal rato que le hicimos pasar y esa fue su gran oportunidad para desquitarse sin medir las consecuencias de los que nos haría pasar.
Apenas amanecía cuando el “Jarocho” voceador especial de La Voz de Durango ya gritaba muy fuerte y a unos cuantos metros del edificio del Cuartel Juárez, “…estudiantes desaparecidos… se teme por su vida… también dicen que se los llevó el Ejército por órdenes de Páez Urquidi”.
En cuanto escuchamos eso nos entró el pánico porque supusimos que los militares se indignarían y se encabronarían por lo gritada por el siempre bien recordado “Jarocho” que inventaba sus propias cabezas a las notas publicadas en el diario dirigido por el Profr. Salvador Nava Rodríguez.
Sin decir palabra no miramos fijamente por varios segundos hasta que El Wastle me indicó “asómese por la ventana y diga a ese jijo de la chin&%$·)(/”& que ya deje de gritar porque si no estos güeyes no van a fusilar”.
El pánico me invadió y obvio ni ponerme de pie podía, mucho menos arriesgarme a abrir una de las ventanas que daba a la calle.
Sin embargo, fue él, “El Jarocho” quien se acercó hasta la ventana, (nunca supimos como atinó a esa ventana), y nos dijo que un grupo de empresarios y personalidades ya nos buscaban y pronto saldríamos de ahí.
Luego nos enteramos que un grupo de personajes duranguenses como don Baltazar Pacheco Hernández, Víctor Manuel Cano Cooley, Don Ramiro Villarreal de la Fuente, Salvador Nava Rodríguez entre otros, recorrieron en nuestra búsqueda inspección de Policía, procuraduría General de Justicia y Dirección de Seguridad Pública. Asimismo, supimos que vía el entonces diputado Angel Sergio Guerrero Mier, demandaron al gobernador Páez Urquidi nuestra inmediata libertad.
El Gral. De Div. DEM Salvador Rangel Medina, era entonces el Comandante de la 10ª Zona Militar y justo esa noche se encontraba en la ciudad de México por lo que encargo al Coronel (entonces) Pedro Feria, se hiciera cargo del asunto.
“Por tratarse de delito del fuero común – nos dijo el Coronel Feria- los vamos a liberar, pero los entregaremos a la Procuraduría General de Justicia”.
Así sucedió, poco después del mediodía, varios agentes de la desaparecida Policía Judicial del Estado, nos trasladaron esposados de pies y manos, como peligrosos homicidas o narcotraficantes, del Cuartel Juárez a la Penitenciaria del Estado que se localizaba en los terrenos que hoy ocupan el hotel Gobernador, Soriana Centro y Monte de Piedad entre otros establecimientos de menor tamaño.
La entrada por Carlos León de la Peña y en el mismo vehículo entramos a la impresionante prisión donde surgieron tantas leyendas y se llevaron a cabo tantas torturas e injusticias.
Como “comité de recepción”, con su obesidad ridícula, el mismísimo Procurador General se Justicia, Roque Chavarría acompañado de sus cercanos “colaboradores-achichincles” quienes no cabían del gusto que “el Wastle y Varguitas finalmente cayeron en la Peni”, al tiempo que nos daban empellones dos de ellos, Guillermo Cervantes Perales y César González Piña. Por el contrario, Samuel Carlos Guillén Reyes de manera muy educada, se acercó a nosotros para decirnos al oído que no nos dejarían ahí en la Penitenciaria del Estado.
Eso nos tranquilizaba, pero no evitó las burlas y hasta patadas en el trasero que nos dieron los esbirros del Procurador Chavarría.
El señor Daniel Nevárez, encargado de los talleres de imprenta de la Penitenciaria, se las ingenió para hacernos llegar que ya había un gran movimiento de estudiantes y personalidades abogando por nuestra libertad.
Minutos más tarde llegaron dos camionetas Van con otros policías que dependían del teniente Carlos Hidalgo Eddy, que se hiciera famoso por el caso de Las Poquianchis vivido en el estado de Guanajuato.
Roque Chavarría, regordete y dicen que excelente bailador, personalmente nos entregó no sin antes intentar regañarnos, situación que evitamos porque Jorge subió a la Van y me indicó que lo siguiera dejando con la palabra en la boca al funcionario.
En esos vehículos fuimos trasladados a la oficina de Adalberto Palma Chacón, titular de la Coordinación de Seguridad Pública del Estado, pero entregados a Hidalgo Eddy quien ordenó que nos encerraran junto a todos los detenidos en esa cárcel privada. Acción que fue evitada por el entonces subdirector de la Judicial y estudiante de la escuela de Derecho, Alberto Pérez Mejorado “El Macaco”, quien impuso su criterio de presunción de inocencia.
Pérez Mejorado nos puso en su oficina, y luego fuimos llamados a la oficina de Palma Chacón en donde un servidor se encontró con mi Mamá Beatriz y mi hermano Alfredo a quienes habían citado como condicionante para liberarnos. Una vez en la oficina, el militar venido a menos, intentó regañar a la autora de mis días, lo que como buena Maestra Revolucionaria impidió y tomándome de la mano lo dejó hablando al aire mientras que abandonamos su despacho de esa clásica oficina localizada en calle Aquiles Serdán de cantera color naranja que años más tarde ocupara el Lic. Antonio Díaz de León Cardona como primer director general de la Policía Judicial del Estado. Antes eran, jefes.
Por Jorge llegaron su hermana y su cuñado, que era además gerente de la CANACO y uno de los personajes que salió a buscarnos junto a abogados y banqueros.
El Wastle jamás dejó que el miedo me consumiera y por el contrario me dio el valor para aguantar durante esas poco menos de eternas 24 horas en que estuvimos como presos políticos del gobernador Alejandro Páez Urquidi.

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