Despidiendo a mi padre

Amaury Carrola
Amaury Carrola 03/08/2024
Updated 2024/08/03 at 12:51 PM

Montreal, Canadá, Agosto 3, 2024.

Mi papá, destacado jurista y politólogo y director de la academia de Jurisprudencia, fundador de la escuela de derecho de la Universidad Autónoma de Sinalo, un gran intelectual, cuya contribución fue fundamental para el desarrollo académico de la región de Sinaloa, gran impulsor del estudio superior y del derecho, Miguel Antonio Ocaña Montaño, nació en Durango, Dgo. 1933, y falleció en la noche del 1 al 2 de agosto del 2024. Me enteré de la noticia ayer. Falleció mi papá.
Desde la separación de mis padres, mantuve una relación epistolar constante con mi papá.
Gracias a eso mantuvimos una estrecha relación, única y sincera.
Gracias a sus cartas sé que mi papá tuvo una niñez feliz, creció con sus padres, Don. Miguel Ocaña y Maclovia Montaño y con sus hermanos Tere y Armando Ocaña. Su papá tenía tierras en Vicente Guerrero, compraba y vendía semilla y sembraba tierras. Siempre tuvieron su casa por las Alamedas en la calle Pino Suarez. De niño le gustaba andar en bicicleta, leer cuentos de Perrault y de Andersen que les compraba su mamá cada fin de semana. En la preadolescencia le gustaba leer historias del pirata Sandokan, Frascuelo y
Corazón: Diario de un niño que es un libro de cuentos escrito por el autor italiano Edmundo de Amicis en 1886. Mi papá jugaba con los amigos del barrio al foot ball, patinaban y paseaban en bicicleta. Su primera bicicleta era un modelo que le decía balona porque tenía las llantas muy anchas. En familia, frecuentaban a los tíos hermanos de sus padres con quienes organizaban días de campo a la Ferreria y al Pueblito, en donde nadaban y jugaban. También festejaban en familia las fiestas tradicionales como la Navidad, el año
nuevo y la semana santa. En una de sus cartas describe con detalle que durante la Semana
Santa era la época en que les compraban a él y a sus hermanos ropa y zapatos “se ajuareaban”, para asistir a todas las celebraciones tradicionales de esa temporada. De adolescente, con sus primos y amigos, los domingos se iban en bicicleta a las Lomas cercade la San Martina, a la ferreria y a la hacienda de tapias a cazar conejos y patos, ahí se enseñó a montar a caballo. Le gustaba la caceria, montar y el ambiente serrano.
Mi papá hizo la escuela primaria en la escuela número quince que estaba enfrente de la Universidad, antes Instituto Juarez. El quinto y el sexto grado lo hizo en la escuela Guadalupe Victoria que estaba frente a la Plazuela Baca Ortiz. En una de sus cartas me cuenta que siempre fue muy aplicado en la escuela, que se enseñó a escribir en unas tablillas duras de color negro que se llamaban pizarras y con un lápiz de punta dura que se llamaba pizarrín y borraban con un trapito. Así transcurrió su niñez.
La adolescencia y la juventud la pasó en la secundaria y la preparatoria del Instituto Juarez, era muy deportista, hacía pesas, paralela, destacó jugando al frontón a mano, al frontenis, practicó la natación en la albercadel del Ariel y también boxeaba. Cuando terminó la preparatoria, su sueño erea estudiar medicina en la ciudad de México, así que sus padres lo llevaron y logró ser aceptado en la Médico Militar. Estuvo ahí séis meses. Estudiaba, era alumno atleta y se enroló en la banda de guerra, tocaba la corneta y daba mantenimiento a los tambores. Los sábados y domingos iba con otros colegas estudiantes a visitar la ciudad.
Fue al final de ese primer año de universidad que se presentó la muerte de su papá. Mi papá tenía entonces 19 años y se dió cuenta que no podría continuar sus estudios en la capital y que por ser el hijo mayor tendría que trabajar para mantener a su familia. Así que renunció a su sueño y se regresó a Durango, se inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad Juarez y consiguió un primer empleo en el Ariel pero el horario interferia con el horario de estudios. Aceptó un trabajo como administrador del hotel Roma, trabajaba de
noche, de 11 pm a 6 am y de ahí se iba a su casa, se bañaba, desayunaba y se iba a la universidad en donde cursó la carrera de leyes.
En esta época conoció a mi mamá, la Sra. Lilia Vargas Quiñonez, se hicieron novios. En una de sus cartas, mi papá describe diciendo que “fue un noviazgo maravilloso”. Hacían deporte, nadaban o jugaban al forntenis y paseaban por las alamedas. Cuenta también que durante el noviazgo e incluso de casados le llevaba serenatas a mi mamá. Recuerda en particular que en una ocasión le llevó serenata con Los Tecolines, un grupo musical muy famoso en esa época. En esos años de universidad, mi papá hizo parte y llegó a ser el capitán del equipo de atletismo. Luego se recibió y se casó con mi mamá. Cuenta que
tenían un carro Plymout y que en estos años, los domingos iban de día de campo con su “compadre Alfredo” el hermano de mi mamá, principalmente al saltito. Se lee en sus cartas como años muy felices porque utiliza expresiones como “Qué tiempos aquellos!”.
Trabajó un par de años en el despacho del Licenciado Cano. Luego trató de independizarse y abrió su propio despacho como socio del Lic. David Nava pero no funcionó. Todo se vino abajo y aceptó un puesto de Juez de primera instancia mixto (penal y civil) del municipio de Badiraguato, en Sínaloa. Mi papá cuenta en una carta, que mi mamá caminó con él de la mano y lo acompañó a que tomara un autobús rumbo a esa tierra tan lejana, Sinaloa, en donde viviria las siguientes etapas de su vida. En una plática mi papá nos dijo que se fue de Durango en un mes de agosto del año 1966. Yo tenía 5 meses y Gaby mi hermana cuatro años. Cuando yo cumplí un año nos fuimos a vivir con él. Ahí aprendí a hablar. Luego nos mudamos a los Mochis en donde mi papá trabajaba como abogado y profesor. Los domingos íbamos a la playa o a pescar. También íbamos por las tardes a comprar libros. Gaby jugaba con mi papá al ajedrez en su despacho y yo los veía como si estuvieran haciendo algo exclusivo para los grandes, porque me decía que cuando estuviera yo más grande, me iba a enseñar. En esta época mi papá me puso el apodo de chilpitina y de pajarito, porque me levantaba al amanecer, me salía a nuestro balcón y me gustaba ver y escuchar a los pájaros mañaneros. Pero esos años no fueron muy buenos, no conozco bien los detalles pero mis papás terminaron separándose y cuando yo tenía séis años de edad, decidieron que mi mamá se regresara a Durango con nosotras. Mi papá se quedó en Mochis. Venía a vernos en los veranos y en las navidades. También fuimos varias veces a visitarlo, íbamos en avión o a veces en carro. Cuando íbamos en carro, yo me
mareaba, era muy paciente, paraba el carro y esperaba a que me sintiera mejor.
Mi papá me regaló mi primer reloj, mi primer cámara fotográfica, me llevaba libros y desde esa época mantuvimos una relación epistolar. Nos escribíamos constantemente y eso hasta hace unas semanas. En mi primera carta, a los 5 años, le escribí las vocales y los números del 0 al 9. En las últimas cartas le hablaba de sus nietos Nicolás y Carisa, de mi trabajo y de la vida en Canadá. Y así nos mantuvimos al tanto de los avances en nuestras vidas. Tengo casi todas sus cartas y tarjetas postales. Aprendí palabras y las teorías de los grandes pensadores de quienes me citaba frases. En sus cartas desde muy temprana edad, leía ideas de Ortega y Gasset, Espinoza, Nietzsche, Aristóteles, Habermas, González Casanova, Marx, Tocqueville y Montesquieu…sí ya sé que han de decir que eso era atípico… pues sí sí que lo era, mi papá era un gran intelectual, un humanista, veía el mundo, lo complejo del universo… y lo cotidiano le pasaba inapercibido… y lo quise así, porque era mi padre y a pesar de dejar de lado lo cotidiano.
En cada carta me transmitía el respeto por el estudio, la justicia y la libertad. Mi papá me dijo en sus cartas que la vida y los estudios enseñan muchas cosas si uno tiene la suerte de razonarla adecuadamente y que para alcanzar las metas que cada uno se fija, si bien no hay recetas, sí hay principios conductores, que podrían ser…la disciplina ferrea, la fortaleza para enfrentar las derrotas y las victorias, la decisión inquebrantable de seguir adelante y suerte, para distinguir nuestros errores de nuestros aciertos, y aceptar los primeros y gozar plenamente los segundos, y sobre todo el ejercicio pleno de nuestra libertad, entendida como la define el pensador Jacobo Rousseau: ”tenemos libertad en la medida en que respetmos la libertad de los demás, y conocemos sin trasgredir la frontera entre ambas, formada por las normas jurídicas y morales”.
Mi papá y yo estamos en paz, estamos bien. Nos vimos hace un par de meses, le tomé sus manos, que son idénticas a las mías, me reconocí en sus ojos cansados, lo abracé y le dije que lo quería y que lo respetaba, que no lo juzgo. Comimos juntos con mi hermana Gaby, sus hijos de su segundo matrimonio, Miguel Armando y Kruzynka y nos vió a sus cuatro hijos con él. Ese día, hablamos de la actualidad, me explicó el conflicto de Israel y Gaza, discutimos sobre inteligencia artificial. Mi papá, 91 años, escribiendo y
leyendo textos sofisticados. Utilizando un lenguaje impecable y construyendo frases perfectas para hablar con nosotros. Papá querido. Me deja todas esas cartas que estoy releyendo y re interpretando. Todos esos abrazos “rompe costillas” y expresiones como “a otra cosa, mariposa”.
Papá querido, para despedirme utilizaré la frase que usted usaba en sus cartas, una frase de la novela La noche quedó atrás de Jan Valtín, que dice “que a su buque le haga buen viento”.
Buen viaje, siempre, siempre lo quise y siempre siempre lo extrañé. Para firmar, usaré las palabras que usted usaba cuando me dirigía en sus cartas, “su hermosa y amada hija”, Lily

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