Miguel Angel Vargas Quiñones
Parte IV
** El Milagro de Bárbara
Mi estancia en San José, C.R., estuvo llena de experiencias inolvidables y de un gran aprendizaje en lo periodístico, diplomacia, relaciones públicas y comercialización. Desde la capital de ese bello país que es Costa Rica, operó la Dirección Regional de Notimex, Agencia Mexicana de Noticias, con corresponsalías en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Belice, Panamá y Honduras. Durante ocho meses me hice cargo de esa dirección. Así lo que estaba planeado para terminarse en una o dos semanas máximo se convirtió en ocho largos meses.
El apoyo del periodista Armando Vargas Araya (Ministro de Información en el gobierno del presidente Luis Alberto Monge), fue definitivo para que mi encargo como titular de esa dirección de Notimex avanzara lo más satisfactorio posible y de esta manera rendir buenas cuentas tanto al presidente Miguel de la Madrid como a los secretarios Sepúlveda Amor y Bartlett Díaz.
Vargas Araya fue durante varios años corresponsal del periódico mexicano Excelsior en la ciudad de Washington DC y fue entonces que lo conocí en una gira del presidente norteamericano a México en la que él fue invitado de la Casa Blanca. Había y hay una enorme amistad con el ahora escritor y Premio Nacional de Literatura en su país, y con su esposa Delia que durante algunos años se desempeñara como Subsecretaria de Relaciones Internacionales del CEN del PRI.
Varios hechos marcaron mi estancia en San José en ese 1984. Primer y el más sentido fue enterarme que mi hija Bárbara había caído desde el balcón de nuestro departamento en el séptimo piso, en Bosque Residencial del Sur.
El terrible incidente ocurrió en julio del 84, pero por recomendación del director general de Notimex, Héctor Manuel Ezeta Gómez Portugal, me lo ocultaron, supuestamente para que no fuera a tomar el primer avión y regresar a la ciudad de México.
Unos días antes de que terminara julio, recibí una llamada que me llenó de alegría: mi familia, Chelo, Karmina y Bárbara, viajarían por cuenta y riesgo de Notimex para visitarme en los primeros días de agosto. No cabía del gusto y se lo comuniqué hasta el colegio de Periodistas que presidía Carlos Vargas, un reconocido periodista que siempre se destacó por ser anti enviados especiales de los medios.
Efectivamente la primera semana de agosto llegó mi familia y los primero días lo dedicamos a ponernos al tanto de lo que habíamos hecho, ellos en México y un servidor en Costa Rica.
Esperaron el momento adecuado. Una sobremesa después de cenar. Frente a mi estaba Bárbara. Por eso el impacto no fue tan fuerte como fue el incidente.
Me platican que Bárbara estaba jugando en el pequeño balcón, con un gotero echando agua a los niños que pasaban cerca del edificio de diez pisos y mismo número de departamentos. El nuestro era el No. 7. Séptimo piso como en el que me encuentro en mi biografía.
En un momento dado, se inclinó tanto en el barandal del balcón que su propio peso la jaló de manera tal que se queda colgada y solamente agarrada del tubo de desagüe que medía escasos 10 centímetros.
Delgadita como siempre fue Bárbara, se mecía intentando tomar el barandal con la otra mano, pero no lo lograba.
Fue entonces que milagrosamente aparece Domingo, un niño de descendencia española, de apenas 15 años, vecino que salía a una encomienda de sus padres y por accidente volteó hacia donde pendía Barbarita.
A grito abierto le indica que se balanceara para buscar llegar al balcón del piso inmediato inferior. No dio resultado y el tiempo transcurría y las fuerzas de Bárbara se agotaban para mantenerse agarrada del tubo de desagüe.
Una altura de al menos 8 o 10 metros.
Un piso de asfalto empedrado.
Un escenario de lo más terrible.
El departamento solo como para que desde el interior alguien la auxiliara.
Armándose de valor, Domingo, practicante de canotaje en Cuemanco, tomó posición y le indicó que se soltara.
Según me lo platicó Domingo a mi regreso de Costa Rica, Bárbara dio la vuelta e iba de cabeza, pero a escasos centímetros dio un giro y eso permitió que la cachara en sus brazos.
Bárbara apenas tenía cinco años y su peso, menudita, no era mucho, pero por la altura de la que cayó se vuelve varias veces más pesada.
Quienes se dieron cuenta de lo sucedido no dejaban de repetir que se trataba de un milagro.
Yo sentí un nudo en la garganta. La abracé con todas mis fuerzas. La tocaba y volvía a tocar. Le daba gracias a Dios que estuviera ahí, enfrente de mi.
Reconocía como un tino que no me lo hubieran dicho vía telefónica porque seguro hubiera perdido la cabeza.
Pero también fue el campanazo que le dio un giro a mi vida.
Me di cuenta que todo el tiempo que, por trabajo, me la pasé viajando por todo el mundo, fueron momentos perdidos de convivir con mi familia, mi esposa e hijas.
No estaban viéndolas crecer pues estaba en cualquier parte del mundo preparando la gira del presidente de la República o cubriendo informativamente un evento.
Era tiempo de cambiar.
Empecé a madurar la idea de regresar a México.
Y no precisamente a la capital, sino a la provincia.
No era necesario que fuera Durango.
Pero me tocó la suerte de que así fuera.
La estancia de mi esposa e hijas en Costa Rica también tenía la finalidad de que ellas conocieran la ciudad y de así decidirlo, quedarnos a vivir allá por lo menos un año.
Luego de recorrer escuelas y conocer el ambiente, la decisión fue seguir en nuestro país.
Bárbara, la menor de mis dos hijas, está casada con Roberto Galván Caballero con quien ha procreado a tres de mis 6 hermosos nietos: Mateo, Roberta y Carlota; es Licenciada en Ciencias y Técnicas de la Comunicación por la Iberoamericana, y una gran emprendedora.
Gracias a Dios y a Domingo, sigo disfrutándola.