Kimberly Armengol
Rompe-cabezas
He de confesar que estaba convencida que Yasmín Esquivel sería la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y estaba asqueada. Con tremendo gusto y orgullo celebro la elección de la ministra Norma Piña como presidenta de la Corte.
La ministra Piña pasará a la historia como la primera mujer en ocupar ese cargo. Para las feministas del mundo hubiese sido una desgracia que una representante de dudosa reputación y muy cuestionable ética nos representará.
¿Ciudadanía infantilizada?
La cantidad de explicaciones y pronunciamientos de Yasmín Esquivel para justificar lo injustificable son ofensivos a la inteligencia de cualquier ciudadano promedio. Tendríamos que estar indignados porque siquiera supongan que podríamos creer que el estudiante que publicó antes sus tesis fue el plagiario. Con millones de obras que plagiar este estudiante decide plagiar “la obra maestra” de la entonces pasante Esquivel.
Pero más indignante es que la Fiscalía de la Ciudad de México “exonere” a Yasmín Esquivel tras informar que ella fue la plagiada. En un hecho inusitado fueron capaces de realizar una investigación en una semana cuando no incapaces de integrar una carpeta de investigación por feminicidio en meses. ¿Por qué nos tratan como imbéciles? ¿Para eso les pagamos?
En el caso del presidente Andrés Manuel López Obrador debería evitar hacer pronunciamientos al respecto, ¿dónde están sus asesores? En la mañana de ayer utilizó el púlpito para rechazar cualquier injerencia en la elección del nuevo presidente de la SCJN —sin perder la oportunidad de denunciar que el Poder Judicial está secuestrado por el dinero— y aseguró que reconocerá a quien resulte electo. No es trabajo, ni función ni prerrogativa del Poder Ejecutivo reconocer o no a quien resulte electo, por lo que la simple aclaración resulta ofensiva para la ciudadanía.
Castillos en el aire
El escándalo del presunto plagio de la tesis con la que se tituló Yasmín Esquivel debe ser analizado con dos métricas para evitar caer en posiciones precipitadas y absurdas como la que vergonzosamente tomó la Fiscalía de la CDMX emitiendo exoneraciones que en el margen y a futuro sólo complicarán más el escenario.
De lo mucho que se ha dicho y escrito debemos dilucidar algunos puntos para armar este rompecabezas. En el primer lugar no debe interpretarse como una alzada o campaña en contra de la ministra de la Corte, puesto que se trata de una puerta falsa para evitar el fondo de la cuestión.
La huida hacia adelante, a la que ha sido tan afecto este gobierno, dificulta ver qué es lo trascendente de la cuestión. Descalificar a Guillermo Sheridan fue la primera de las reacciones equivocadas, puesto que él no se mueve en un contexto político como el que ha capturado a esta administración.
A partir de ahí, se ha desgajado un alud de fallos que denotan la desesperación y pobreza argumentativa de los que intentan castillos en el aire para defender un hecho concreto: hay un plagio en tesis y los culpables deben asumir las consecuencias de sus actos.
¿Y la UNAM?
Este caso toma particular relevancia por una de las implicadas, pero pone en la palestra una deformación grave de las formas de titulación en México, aquí es donde se encuentra la pieza de un plazo mayor.
Desde hace muchas décadas es sabido y conocido que la tesis como elemento de titulación es, por decir lo menos,
ineficiente y arcaico. Si el número de personas que terminan la educación superior es ínfimo en México, quienes obtienen la titulación se reduce a su mínima expresión.
Justo es ahí donde se presenta un problema verdaderamente grave de plagios en los cuales no sólo participan alumnos, sino maestros y sinodales de tesis que hace mucho sucumbieron éticamente a la agobiante presión que significa tener que revisar anodinos trabajos que hace muchas décadas perdieron el sentido.
De acuerdo con las evidencias disponibles hasta el momento, parecería que atrás de la historia de esa tesis hay una corrupción intrínseca en las formas de titulación en México. No sólo sinodales que revenden trabajos y sinodales de tesis quienes simplemente buscan evadir la responsabilidad.
Para un académico ser asesor de tesis es una carga que se ve como una imposición de su trabajo que le quitará tiempo y generará fricciones con el alumno quien, por lo general, no está interesado en hacer una obra que aporte a la profesión que estudió, sino con el cumplimiento de un requisito que nada aporta a la sociedad.
Mucho más allá de lo que suceda en el escándalo de la tesis de la ministra Esquivel y cómo se irán decantando otras implicaciones. No debe permitirse que alguien impunemente viole las leyes que pueden no ser correctas, pero deben cumplirse para no caer en la ruta de la barbarie.
El modelo enciclopédico y dogmático como forma de titulación hace muchas décadas ha dejado de funcionar; sin embargo, poco se ha hecho en la máxima casa de estudios por lograr otros caminos que, por un lado certifiquen la preparación profesional y, por el otro, impliquen el fin de un periodo formativo.
Una vez pasado el sainete de la Corte, quedará pendiente que la UNAM y las demás casas de estudio replanteen claramente cómo debe evolucionar el tema de la titulación como ya lo hacen algunas instituciones educativas en otras partes del mundo.
Mientras tanto es mandatorio cumplir y hacer cumplir la ley. Sin mentiras y sin pretextos.