MIGRACIÓN Y NUEVAS REPÚBLICAS EN AMÉRICA

Amaury Carrola
Amaury Carrola 04/11/2025
Updated 2025/11/04 at 11:49 AM

José Miguel Castro Carrillo

Las primeras décadas del siglo XIX trajeron consigo la formación de numerosas repúblicas por toda América Latina en los territorios que hasta entonces habían formado parte de los imperios español y portugués.

Una vez establecidos, estos nuevos estados fueron poniendo en marcha sus cimientos políticos, económicos y sociales. Sin embargo, varios de ellos contaban con un obstáculo: no tenían suficiente población para exprimir todo su potencial de crecimiento.

En lugares como Argentina o Uruguay, que contaban con las materias primas necesarias para convertirse en países mucho más prósperos, no existía la fuerza laboral suficiente para llevarlo a cabo. Por lo que la solución de estos nacientes países fue importar población, por lo que, desde mediados del siglo XIX, infinidad de barcos como el ‘Mendoza’ fueron llegando a los puertos de toda Latinoamérica cargados de migrantes en busca de un futuro mejor.

Había grandes facilidades para que los migrantes procedentes de Europa se instalasen en estos países, pero había bastantes menos opciones y posibilidades para que migrantes de países vecinos, sobre todo indígenas y mestizos, pudieran instalarse.

Más concretamente, el perfil buscado por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos eran migrantes de Europa Central y del Norte. Es decir, aquellos provenientes de países como Francia, Alemania o Reino Unido, mientras que en la costa americana del Pacífico, miles de chinos fueron a trabajar en plantaciones, minas o construcciones en países como Perú, Chile o México.

Más allá de nacionalidades, el perfil entre los recién llegados tenía un denominador común: jóvenes en edad de trabajar, muchos de ellos solteros -aunque los había también que llegaban con la familia al completo y mayoritariamente de origen rural, básicamente campesinos.

Con el avance de la revolución industrial, el campesinado europeo se fue empobreciendo, sobre todo en los países del Sur. En su búsqueda de mejores salarios y condiciones laborales, América Latina se convirtió en una opción muy atractiva para estos campesinos.

La misma revolución industrial que perjudicó al campesinado europeo, facilitó, sin embargo, su viaje al otro lado del Atlántico. En aquella época se produjo un enorme desarrollo de los medios de transporte, lo que aceleró los tiempos de llegada.

Había quienes llegaban con la familia a cuestas y con la convicción de asentarse en los nacientes países latinoamericanos. Otros, sin embargo, viajaban por temporadas y eran conocidos como migrantes golondrina, que iban a América Latina para el periodo de cosecha, ganaban un buen dinero y luego regresaban a Europa. Y algunos repitieron este viaje de ida y vuelta varias veces.

Pero si hay una fecha con la que puede ponerse el cierre a esta gran etapa migratoria hacia América Latina coincide con la Crisis de 1929 o Gran Depresión, que ocasionó un grave deterioro de la economía a escala mundial, provocó también que América Latina redujera su nivel de exportaciones. Mientras que ocho décadas antes la región necesitó de una mayor mano de obra, en la década de 1930 la demanda se redujo considerablemente.

A pesar de considerar ese momento como el final del gran periodo migratorio de europeos hacia América Latina, el proceso no se detuvo, tras terminar la Segunda Guerra Mundial miles de nazis o colaboradores del Tercer Reich también escaparon a Sudamérica, muchos de los cuales nunca fueron llevados ante la justicia. Los millones de personas que abandonaron Europa desde mediados del siglo XIX acabaron transformando la demografía, la cultura, la lengua y las costumbres de América Latina.

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