Los colectivos, el arte, la cultura y el tejido social…

Amaury Carrola
Amaury Carrola 29/04/2025
Updated 2025/04/29 at 11:47 AM

Por Alex Treviño

En Durango, la cultura late en cada rincón. Aquí, el arte no es un lujo: es identidad, es raíz, es voz. Tenemos artistas plásticos que retratan nuestra esencia, músicos que cuentan nuestras historias, cineastas que inmortalizan nuestros paisajes, artesanos que conservan el alma de generaciones enteras. Cada uno de ellos, junto a tantos otros creadores, posee el poder de transformar vidas.

Sin embargo, ese poder sigue desperdiciado. En vez de ser motores de cambio, los colectivos artísticos de Durango viven en la indiferencia. Y lo que es aún más grave: estamos dejando pasar una de nuestras herramientas más poderosas para enfrentar dos problemas que nos están desbordando: la violencia y las adicciones entre nuestros jóvenes.

Durango es tierra de creadores, sí, pero a veces nos olvidamos de ellos. Desde el pintor que plasma nuestra historia hasta el músico que anima nuestras plazas, todos tienen la capacidad de conectar, de inspirar, de rescatar. Y justo en estos tiempos, cuando tantos jóvenes sienten que no tienen salida, los colectivos artísticos podrían ser su refugio: un espacio de aprendizaje, de contención, de libertad.

Es sorprendente ver cómo, teniendo tanta riqueza cultural, no hemos sido capaces de construir políticas públicas que integren a estos colectivos en las zonas más vulnerables. El talento de nuestros artistas queda atrapado en sus propios talleres, en galerías privadas, o migra hacia ciudades donde sí encuentran el apoyo que aquí se les negó. Así, el arte, que debería ser una herramienta viva para sanar el tejido social, se queda fuera del alcance de quienes más lo necesitan.

Porque la violencia, el abandono escolar y las adicciones que afectan a nuestras comunidades no son casualidad. Son síntomas de un abandono más profundo: falta de oportunidades, de acompañamiento, de alternativas reales.
El arte no va a resolver todos nuestros problemas. Pero sí puede ser el primer puente hacia una vida diferente.

Un joven que descubre el cine, que pinta su primer mural, que aprende a tocar un instrumento o que baila frente a un público, encuentra algo que las calles no ofrecen: propósito. Encuentra una manera de expresar su historia, su dolor, su esperanza. Encuentra pertenencia. Encuentra futuro.

Está comprobado: el arte fortalece habilidades como la resolución de problemas, el trabajo en equipo y la autoestima. Tres factores que son fundamentales para que un joven no termine atrapado en las redes de la violencia o en las adicciones.

Si destináramos recursos para impulsar proyectos culturales dentro de las comunidades más vulnerables, si lleváramos a los colectivos artísticos a esos espacios, podríamos cambiar trayectorias de vida enteras.

Pero eso no ocurrirá solo. No basta con un festival al año o una exposición aislada. Hace falta un programa serio, constante, que lleve talleres, actividades y acompañamiento cultural de forma permanente.

Es urgente apoyar a nuestros artistas: con becas, con espacios dignos, con redes de colaboración. Es urgente crear alianzas con escuelas, universidades, asociaciones civiles. Es urgente entender que la cultura no es adorno: es cimiento.

Los colectivos artísticos pueden ser la chispa que encienda un cambio real en Durango. Pero solo si les damos el lugar y el apoyo que merecen. Solo si creemos, de verdad, en el poder que tiene un pincel, una guitarra o una cámara para salvar vidas.

No es tarde. Todavía estamos a tiempo de hacer de la cultura la gran aliada para reconstruir nuestro tejido social. Y de demostrar, una vez más, que en Durango, donde hay arte, hay esperanza.

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