José Miguel Castro Carrillo
Severo Kondo Chivata fue uno de los primeros japoneses que llegó desde el lejano oriente a Durango a principios del siglo XX, provenía de una familia con amplio reconocimiento en esa nación.
La familia Kondo es una de las más antiguas y respetadas en Japón desde la época feudal, reconocida por su valentía, lealtad y compromiso con la tradición en ese país. El apellido significa “templo” y “camino”, sus primeros portadores eran sacerdotes budistas que se convirtieron en samuráis.
Severo Kondo llegó a México en 1913 para buscar a su hermano mayor que se dedicaba a las actividades agrícolas en Culiacán, y una vez que lo encontró, decidió regresar a su país para continuar con sus estudios en Medicina.
Convencido de que México era un país de oportunidades, volvió tiempo después para trabajar como médico en la mina de Promontorio ubicada en el municipio de Santiago Papasquiaro.
Después, conoció a su esposa, Aurelia Retamoza, con quien procrearía cuatro hijos: Ernesto, María del Socorro, María Ofelia y Amalia, mientras que en el aspecto profesional empezaría a ejercer la medicina de forma particular en la cabecera municipal y establecería la botica, llamada “Botica La Nacional” ubicada en la calle 5 de febrero 121 Pte. de esa ciudad. Fue abuelo de mi compañera de vida, Minerva Mayagoitia Kondo de Castro.
La historia de su llegada está plasmada en el libro de Beatriz Elena Valles Salas “Los japoneses en Durango a principios del siglo XX”, que da cuenta de la migración que se dio desde un país ubicado a más de 11 mil kilómetros de distancia.
En esa época, Japón había abierto las puertas de su imperio después de más de 250 años en los que se habían cerrado sus fronteras a las relaciones comerciales, Nuestro país había firmado el Primer Tratado de Amistad, Comercio y Navegación en 1888, por lo que inmigrantes japoneses comenzaron a establecerse en México.
En 1916, el presidente Venustiano Carranza firmó un tratado sobre el libre ejercicio de las profesiones de médico, farmacéutico, dentista, partero y veterinario, mismo que estuvo vigente durante diez años, lo que brindó amplias facilidades para establecerse a profesionistas del país del lejano oriente.
La migración japonesa logró integrarse exitosamente, ya que México ofrecía facilidades para desempeñar los trabajos que ya realizaban en su tierra, y así se dedicaron a la agricultura, como el cultivo de arroz, melones, pepinos y otras hortalizas, así como a la pesca. También hubo quien se integró a la construcción del ferrocarril, las minas o el comercio.
Los primeros japoneses que arribaron a nuestra ciudad fueron Santiago Yamemoto Maquisma, el 7 de enero de 1904; Jesús Niichi Mitzunaga y Luis Togasi Tanaka el 30 de enero de 1907. Después se sumarían los matrimonios formados por Kosuke y Fumiko O Hara, Ito y Tashiko Kato, Kingui y Saburo Sato, entre otros. Todos los que llegaron en ese tiempo, solicitaron a naturalización renunciando a la ciudadanía japonesa debido a que las leyes migratorias les facilitaban la adquisición de bienes raíces y la posibilidad de dedicarse a actividades económicas por su cuenta.
En 1933, Severo Kondo recibió su carta de naturalización como mexicano y junto con su familia decidió trasladarse a vivir a la capital del estado, donde también prestaría sus servicios como médico boticario, en un local ubicado por la calle 5 de febrero.
Severo se sentía orgulloso de sus raíces, de lo cual hablaba siempre con profundo amor y respeto, aunque nunca perdió contacto con sus familiares radicados en Japón siempre quiso a Durango como su ciudad, y ahora, sus descendientes portan con dignidad su apellido.