Fernando Belaunzarán
En política no hay trabajo más decepcionante que el de pitoniso. La historia es caprichosa, lo ha demostrado una y otra vez, y hacer pronósticos siempre es aventurado. Por supuesto, el análisis permite visualizar escenarios probables con sustento e incidir, tanto para que se presenten como para evitarlos.
El 2023 será un año de fuertes disputas que definirán las condiciones en las que se dará la sucesión presidencial, cuya prematura carrera ha sido factor de excesos que han descompuesto el clima político. Es un hecho que la certeza electoral que se logró durante la transición, conquista de la lucha de generaciones de mexicanos, está seriamente amenazada.
Es un lugar común decir que “no hay nada escrito”, lo cual no le quita razón, máxime en momentos tan inciertos. Pero ése no es el refugio de quienes se oponen a la continuidad del actual régimen, con todo y la restauración autoritaria en curso y la cantada elección de Estado que se vislumbra. Hay razones para el optimismo, mismas que desmontan la propaganda oficialista que busca engañar incautos, haciéndoles creer que la contienda está definida a su favor para que cunda el derrotismo y parte del creciente descontento social se conforme con esperar que algo mejore con la contradictoria oferta de “cambio en la continuidad” que hará la corcholata destapada.
Es verdad que el debilitamiento del INE y su eventual neutralización con consejeros afines al gobierno en su próxima renovación contribuiría a una mayor inequidad en la contienda, incluso podría abrir la puerta al fraude, pero nunca se debe subestimar a los ciudadanos cuando acuden a las urnas, tal y como se ha constatado, incluso en países con regímenes cuyo autoritarismo se había consolidado. A la inacción institucional, en el peor de los escenarios, el remedio es la organización ciudadana para cuidar el voto. Entre más se exhibe el gobierno y su partido con medidas para cargar los dados a su favor, más crece la inconformidad en la sociedad, la cual responderá en las urnas. La gente castiga a los tramposos.
La nutrida y espontánea participación en las marchas ciudadanas del pasado 13 de noviembre en más de 60 ciudades debe verse como síntoma. Se prendieron las señales de alarma, no sólo en las clases medias, ante el riesgo de que las autoridades electorales sean capturadas por el gobierno y su partido, lo cual también permite percibir una intensa y extendida molestia con el estado de las cosas, así como la inequívoca convicción de que el voto debe ser el instrumento para cambiar el rumbo; de ahí que se hayan movilizado para defenderlo y que se cuente bien.
Que el Presidente haya desoído el reclamo ciudadano y, tras ser derrotada la contrarreforma constitucional, insista en socavar al INE con su plan B, pasando por encima de todos los procedimientos, al grado que ni la mayoría oficialista pudo leer lo que aprobó, y violentando la Carta Magna, sólo confirma los temores y agudiza los agravios. El cúmulo de arbitrariedades y actos para darse ventajas indebidas, acabará siendo acicate para acudir a las urnas, votar por la alternativa y organizarse para evitar trampas.
El electorado mexicano suele castigar al partido en el gobierno, por eso los triunfos opositores se han vuelto la constante. Eso alarma a quien pretende restablecer un sistema de hegemonía estructural a favor del grupo en el poder y por eso descuida las formas con tal de desnaturalizar y controlar a las autoridades electorales. Prefiere poner en duda la legitimidad de la elección y comprometer la gobernabilidad antes de arriesgarse a perder. Pero al enseñar el cobre, contribuyen a provocar el tsunami de votos que se les vendrá encima.
Es verdad que también se requiere una oposición atractiva, abierta e incluyente que presente un frente común al retroceso autoritario. En ese sentido, la irrupción ciudadana rescató la alianza opositora en el Congreso, así como en las elecciones del Estado de México y Coahuila. Hay un nuevo actor en el tablero e ignorarlo sería suicida. Por eso resulta tan importante que se acuerde un método en el que participen los ciudadanos para elegir al abanderado presidencial. Si eso se logra, la esperanza de cambio avanzará sobre piso firme.